Para Rodrigo Esteva — translation from Spanish by Mirah Moriarty included below.
Mirah y yo creamos Dance Monks en el 2000 mientras vivíamos en Xalapa, México. Antes de esto habíamos pasado 7 años trabajando con Pearson Widrig Dance Theater que tenía entonces su sede la cuidad de Nueva York (1993-2000). Con esta compañía recorrimos parte de los Estados Unidos incluyendo lugares como Joyce Theater, Kennedy Center, Jacob’s Pillow, Bates Dance Festival, Dance Theater Workshop, Judson Church, entre otros. Sara Pearson y Patrik Widrig provienen del lineaje de Nikolais and Louis Dance Lab. Nikolais hablaba del espacio como un elemento esencial de la danza, pues esta no ocurre en el vacio, sino en diálogo con este. Sara Pearson y Patrik Widrig, a través de una ferrea disciplina de pasar horas, ensayando, experimentando, observando, nos invitaban a responder a lo que veíamos, no solo unos a otros, sino a poner atención al ambiente y dejar que se expresara a través de nosotros. Esta forma de ver la danza, de entender a la naturaleza ha influído profundamente nuestro trabajo y nos ha marcado.
Fundamos Dance Monks para profundizar en nuestro acercamiento con la naturaleza. No podíamos hacer obras sobre la naturaleza, hacia falta convertirnos en ella. Por ello decidimos partir a las montañas del Sur de México por dos años. Nuestra rutina de trabajo en ese entonces incluía varias horas de trabajar en un estudio, desarrollando material coreográfico, entrenando, reflexionando. También pasamos horas y horas bailando en medio de bosques, cerca de arroyos, sobre árboles, sembrando y creando un entrenamiento que respondiera a un ambiente cambiente. No nos bastaba por ejemplo con crear ideas en un estudio para traspasarlas o importarlas a un espacio abierto, para llamarse verdaderamente “Site Specific,” nuestro trabajo debía surgir del diálogo con la naturaleza.
Dice Martin Pretchel, un curandero de tradición Maya, que cuando dos personas se casan, sus semillas también se unen. Nuestro trabajo es resultado de esta unión que se sigue profundizando. Para crear, tenemos que ir aun más allá de nuestras raíces, tenemos que llegar a nuestras semillas.
Tlaoli: Gente del Maíz es el nombre de un proyecto que comenzamos en 2015, cuando el Centro Cultural La Peña se acercó a nosotros para pedirnos desarrollar una obra para ser presentada en ese centro en Junio de este año. Tlaoli significa semilla de maíz en Nahuatl, la lengua indigena más hablada en mi tierra. La mitología azteca habla del maíz como el regalo otorgado a su pueblo por Quetzalcoatl, el dios serpiente emplumada. Para los mayas, el hombre esta creado de maíz. El maíz es un ser sagrado al que aún se le venera. Al cuidar y venerar sus semillas los pueblos indigenas estan expresando que los ancestros viven en ellas, que debemos seguir ligados a nuestros origenes. Nos dicen también que si cuidamos nuestras semillas, ellas cuiadaran de nosotros.
Tlaoli nos invita a mirar y valorar nuestro relación mítica con nuestras plantas, mirando hacia ambas la mitología de nuestros antepasados que aun sobrevive y hacia nuestra propia mitología, nuestra historia personal. En muchos pueblos indígenas, las semillas han pasado de padres a hijos. Se les protege al mismo tiempo que los rituales creados en torno a ellas. Aún en estos tiempos de confusión en el que nos hemos ido alejando de la naturaleza, al maíz se le canta, se le dan regalos de incienso, ores, música y porsupuesto de danza.
Tlaoli ha pasado de ser de solo un proyecto dancístico, para convertirse en una oportunidad única para una comunidad de immigrantes para acercarse y rescatar aspectos valiosos que la modernidad ha dejado de lado. Para este proyecto estamos cultivando dos acres de maíz criollo y un acre de or de Zempatzuchitl que seran parte de nuestros sets. Esta flor forma parte de las ceremonias de agradecimiento por la cosecha del maíz ocurriendo en México en muchas comunidades en los meses de Octubre y Noviembre. También reunirnos para moler el maíz que estamos sembrando, hacer masa, hacer tortillas, comer juntos. Agradecermos al maíz por sostenernos, por darnos fuerza, pues sabemos que sin el, no podemos ser.
Tlaoli es una semilla, un proyecto que comienza y cuyo alcance aún no podemos visualizar del todo. El trabajo interdisiplinario que presentaremos en Junio 24, 25 y 26 en el Centro Cultural de La Peña, apoyado por Rainin Foundation y Zellerbach Family Foundation será más que un trabajo de danza contemporánea. Es un acto ritual y colectivo de agradecimiento a nuestros origenes y a nuestras plantas en medio de una cultura que ha olvidado casi del todo de donde viene y a donde va.
Translation from original article by Mirah Moriarty
Mirah and I met while working with Pearson/Widrig Dance Theater Company of New York City for seven years (1993-2000). As company members, we danced throughout the United States including at the Joyce Theater, Kennedy Center, Jacob’s Pillow, Bates Dance Festival, Dance Theater Workshop, Judson Church, among others. (Sara) Pearson and (Patrik) Widrig were long time members of Nikolais and Louis Dance Company and that lineage formed an important part of their training. Nikolais spoke of space as an essential element in dialogue with the dancer. He reminded us that dance does not occur in a vacuum, but rather in relationship with one’s surroundings. Sara and Patrik held a steadfast discipline of rehearsing, experimenting and observing for many hours each day. As a company, we were asked to pay close attention to our inner world and to one another, but also to the environment; to let it express itself through us. This way of seeing dance and understanding nature had a profound influence on our work. It marked us as artists.
In the year 2000, we created Dance Monks while living in Xalapa, Mexico as a way to deepen our intimate relationship with nature. We weren’t interested in making pieces about nature, but rather, we wanted to become her. And, for that reason, we left New York City for the mountains in the South of Mexico and lived there for two years immersed in the rainforest. Our daily training included rehearsing in the studio and developing choreographic material, but we also danced for hours in the middle of the woods, close to streams and in the trees. We developed an in-depth training that responded to the environment. It wasn’t enough for us to create ideas in a studio and transplant them into outdoor spaces. But, rather, in order to call our work “Site Specific” the dances needed to be born from that very dialogue with place.
Martin Precthel, a teacher of ours and medicine man of the Mayan tradition, said that when two people are married their seeds must also be married. To create, we need to go deeper than our roots; we have to go to the seeds. Tlaoli: People of the Corn is a project that we started in 2015 when La Peña Cultural Center commissioned us to develop a piece that would be presented in June of this year. The word ‘tlaoli’ means ‘seed of corn’ in Nahuatl, the indigenous language most spoken in my homeland. Corn is essential to Mexican identity. Aztec mythology speaks of corn as the gift to the village by the God Quetzalcoatl, the winged serpent. For Mayans, people are made of corn. Corn is a sacred being who is venerated. We take care of our relationship with seeds as an expression of the ancestors who are alive in them, as a way to stay close to our origins. The elders remind us that if we take care of our seeds, they will also take care of us.
Tlaoli is an invitation to acknowledge and value our mythic relationship with plants, to see the mythology of our ancestors that is still alive in those seeds and to examine our own myths and personal history. In many indigenous villages, seeds are passed down from parent to child. We protect them, as do the rituals in which we partake, through daily living and communal remembrance. Even in these times of confusion and amnesia where we have distanced ourselves from the deities of nature, in Mexico corn is still being sung to, given gifts of incense, flowers, music and of course, dance.
Tlaoli began as a dance project, but has transformed into a chance for a community of immigrants to remember and value aspects of ourselves that modernity has pushed aside as unimportant. As part of this, Mirah and I are cultivating two acres of heirloom corn and one acre of Zempatzuchitl (marigold) for the project. This flower is part of the harvest or gratitude ceremonies that occur in many communities in Mexico in the months of October and November. We also come together to grind the corn that we have planted, to make masa, tortillas and eat together. We give thanks to corn for sustaining us, for giving us strength, as we know that without her, we would not be here.
We have come to recognize that Tlaoli: People of the Corn is a seed in itself that requires care and cultivation. Our interdisciplinary performance installation is more than a contemporary dance piece. It is a ritual act and collective offering of thanks to our plant origins in the midst of a culture that has forgotten the importance of where we come from and, in turn, where we might go from here.